“Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en la senda de los pecadores ni cultiva la amistad de los blasfemos, sino que en la ley del SEÑOR se deleita, y día y noche medita en ella”.
Aquí está uno de los secretos del éxito de un hijo de Dios, la santificación.
Santificación no significa que me van a salir un par de alas en la espalda y que mi cabeza se verá de pronto coronada con una aureola y que mis manos permanecerán unidas todo el tiempo en gesto de recogimiento y oración y que mi cara lucirá una expresión de… yo no fui.
Santificación significa apartarse del mal para estar permanentemente en el camino que a Dios le agrada, el camino que nos lleva hasta él.
Si tenemos a nuestra disposición la palabra de Dios.
¿Para qué buscar el consejo de personas mal intencionadas?
Si tenemos por delante un camino que nos conduce a Dios.
¿Por qué tomar la senda de quienes desean estar alejados de Dios?
Si estamos llenos de agradecimiento y alabanza a Dios por todas las bendiciones que hemos recibido de parte de él.
¿Por qué unirnos a quienes tienen por costumbre y diversión maldecir y burlarse de Dios?
La dicha del hombre está en conocer, meditar y deleitarse en la palabra de Dios.
De ella recibimos sabiduría y conocimiento que es mejor que poseer todas las riquezas del mundo.
Amén.
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